Hola a tod@s y buen comienzo de semana!!! Hoy les dejo un post muy personal con un cuentito para trabajar la paciencia en los peques.
Antes de las vacaciones de invierno, tuve la reunión de
cierre de cuatrimestre en el jardín de la belleza, donde nos dieron el informe
de ésta etapa. Claro que creció un montón y que le falta todavía más. Pero en
sus diferentes puntos a evaluar se reiteran frases como: “quiere hacer todo
rápido para pasar a otra cosa” o “sus trazos son apurados” o “no se fija en los
errores”.
Esto es algo que lo vienen marcando desde que empezamos en
sala de 5 y que venimos trabajando con la belleza (muy a pesar de lo que me gustaría
para su educación). Y si bien tomamos una actitud diferente en casa (no más
presiones), consideramos que tiene solo 5 años y muchas cosas las va a ir
puliendo de a poco. Ella es así: atolondrada, ansiosa, impaciente. Quizás una
característica de la edad, quizás un aspecto de su carácter.
Para ayudarla en todo este proceso decidí buscar en internet
herramientas que puedan darme una mano. Encontré varias y entre ellas un cuento
que habla sobre la paciencia. Entonces, con su ayuda, hicimos unos títeres (y no
había día que no me preguntara para qué eran). Después de leerlo varias veces y
jugar con los títeres, entendió de lo que trata la historia. Cuando la veo
apurada o desprolija le pregunto por Locomo y Loplanto…
Que opinan de todo esto? Sin entrar en debate de sistema educativo…
Les dejo el cuento y el nombre del autor. Si lo buscan van a
encontrar un montón de cuentitos para trabajar con los chicos!! Y si quieren les mando el archivo listo para imprimir!
Buena semana y a disfrutar de los días, que se vienen lindos!!
Autor: Pedro Pablo Sacristán
Una minúscula gota de magia
Loplanto y Locomo eran dos jóvenes aprendices
de mago que se prepararon durante años para cargar sus varitas en la misteriosa
fuente de la magia. Cuando estuvieron listos, viajaron por el mar hasta la Isla
de los Mil Desiertos, atravesaron sus infinitas dunas buscando la fuente. Pero
la fuente estaba seca. Tan seca que solo pudieron llenar sus varitas con una
minúscula gotita de magia. Y al agotar la magia de la fuente, la isla se
transformó en un inmenso desierto que nadie podía atravesar. Solo quedaron dos
pequeños oasis, tan pequeños y distantes, que Loplanto y Locomo decidieron
separarse para tener una posibilidad de sobrevivir cada uno en su pequeño
oasis.
La vida se hizo entonces, durísima para los
dos. Aunque el oasis les proporcionaba agua de sobra, su única comida eran los
dátiles de las pocas palmeras que habían crecido junto al agua. Y aunque
agitaban sus varitas tratando de conseguir comida, tenían tan poca magia que
nunca pasaba nada.
Hasta que varias semanas después, al agitar
su varita, Locomo vio ante si un enorme y apetitoso tomate. –Vaya! qué suerte
la mía, si me lo como ahora, me alegrara el día- Y aquel fue el mejor día de
Locomo en el oasis.
Algo parecido le pasó a Loplanto a los pocos
días, cuando su varita le regaló una pequeña patata. –Vaya! Qué suerte la mía,
si la planto y la cuido, me alegrará muchos días- Y aquel día Loplanto tuvo
tanto hambre como los otros días, y además tuvo que trabajar para preparar la
tierra y sembrar la patata.
Algún tiempo después la varita regalo a
Locomo un pajarito cantarín y regordete. –Vaya ¡Que suerte la mía! Si me lo
como ahora, me alegrara el día- Y la abundante carne del pajarillo estaba tan
rica que aquel se convirtió en su mejor día en el oasis.
También la varita de Loplanto hizo surgir por
aquellos días un pajarito cantarín y flacucho. –Vaya, ¡qué suerte la mía! Si lo
alimento y lo cuido, me alegrará muchos días- Y aquel día, y muchos otros,
Loplanto compartió con el pajarillo su poca comida, para conseguir que el
pajarillo volviera y lo despertara cada día con sus bellos cantos.
Los dos jóvenes magos, siguieron recibiendo
nuevos y pequeños regalos de sus varitas, cada cierto tiempo. Locomo los usaba
al momento para conseguir un día especial, mientras que Loplanto aguantaba el
hambre y el cansancio, esforzándose por convertir cada regalo en algo que
pudiera serle útil durante más tiempo. Así, no tardó en conseguir un pequeño
huerto cuyos frutos también compartía con cada vez más animales que le daban
ayuda, comida y compañía. Llegó a estar tan cómodo y con tantas cosas que decidió
ir a buscar a Locomo para intentar cruzar el desierto y escapar de allí.
Sin
embargo, Locomo no quiso saber nada de él. Al oir como había conseguido
Loplanto tantas cosas, y pensar que podía haber hecho lo mismo, se llenó de
rabia y de envidia. Entonces, convencido que todo era culpa de la poca magia
que tenía su varita, cambio las varitas en un descuido de Loplanto y luego,
impaciente por probar su nueva varita, echo a su amigo de su oasis. Pero la
varita que se quedó era menos mágica que la que ya tenía y el envidioso e
impaciente mago quedo encerrado durante años y años en el mismo lugar, incapaz
de hacer nada para salir de allí.
Loplanto
abandono el oasis de Locomo decidido a cruzar el desierto. Pero apenas llevaba
unas horas de viaje cuando, se levantó un fuerte viento que arrastro a su amigo
el pajarito. El mago corrió tras el para salvarlo, pero el viento creció hasta
convertirse en un tornado que aspiró al pajarito, al mago y a todas sus cosas,
levantándolos por los aires. Volaron y volaron durante tantas horas que
cruzaron el desierto y atravesaron el mar. Finalmente, el viento perdió fuerza
y Loplanto aterrizó suavemente en un valle verde y tranquilo, junto a una bella
fuente. Entonces, el pájaro tomo con su pico la varita de Loplanto y la llevo
hasta la fuente.
El
joven mago sintió al momento cómo su varita, y el mismo, se llenaban de la
magia más pura y de la sabiduría más profunda. Y descubrió que aquella era la
verdadera fuente de la magia, y el pajarillo su fiel guardián.
El
mago Loplanto era poderoso gracias a la sabiduría, la paciencia y la voluntad
que tuvo, cuando se llenó de grandes cosas con una minúscula gotita de
magia.
Y colorín colorado… este cuento
se ha terminado!
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